jueves, 22 de mayo de 2008

No devuelva mal por mal a nadie

revista: la atalaya 1970 1/2 págs. 73-77


CUANDO leemos informes en los diarios en estos días no es difícil llegar a la conclusión de que los hombres son amadores de sí mismos, amadores del dinero, presumidos, altivos, blasfemos, desobedientes a los padres, desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, calumniadores, sin gobierno de sí mismos, feroces, sin amor de la bondad, traicioneros, testarudos, hinchados de orgullo, amadores de placeres más bien que amadores de Dios, teniendo una forma de devoción piadosa mas resultando falsos a su poder. Parece que hay muchos hombres inicuos que van de mal en peor. Al hacer usted tal avalúo apegado a la realidad de las condiciones mundiales no está siendo negativo en su modo de pensar sino, más bien, está reconociendo los hechos de nuestro día por lo que son. Quizás le sorprenda a usted saber que no es el primero que ha hecho tal avalúo. Un hombre que vivió hace casi 2.000 años antes de este tiempo fue inspirado por Jehová Dios a escribir proféticamente acerca de los días en los cuales vivimos. Este hombre, el apóstol Pablo, llamó a éstos los últimos días y dijo: “Mas sabe esto, que en los últimos días se presentarán tiempos críticos, difíciles de manejar,” y entonces pasó a describir las actitudes y acciones de la gente de este día usando las palabras mencionadas antes.—2 Tim. 3:1-5, 13.
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3 Puesto que las condiciones mencionadas por el apóstol Pablo predominan y van de mal en peor, hay muchas influencias malas diseminadas en la Tierra, y mucho sufrimiento entre la gente. Se llevan a cabo muchas injusticias y se ha causado gran daño a muchas personas. En esta agitada era de violencia la gente reacciona de diferentes maneras según sus sentimientos y su conocimiento. Sigue habiendo guerras, huelgas, protestas, motines, manifestaciones y esfuerzos por desquitarse a causa de maltrato verdadero o supuesto. El nacionalismo también causa muchas dificultades. Algunos hombres forman pandillas con el propósito de perpetrar violencia. Otros tratan de organizar métodos para reformar este sistema de cosas. Cada individuo se enfrenta a una decisión en cuanto a cómo reaccionará y de qué manera procederá.
5 Jesús practicó lo que predicó. Una de las primeras enseñanzas que están registradas en el sermón del monte mostró razones buenas por las cuales los hijos de Dios muestran amor aun a sus enemigos. “Oyeron ustedes que se dijo: ‘Tienes que amar a tu prójimo y odiar a tu enemigo.’ Sin embargo, yo les digo: Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen; para que demuestren ser hijos de su Padre que está en los cielos, ya que él hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Porque si aman a los que los aman, ¿qué galardón tienen? ¿No hacen también la misma cosa los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué cosa extraordinaria hacen? ¿No hacen la misma cosa también las gentes de las naciones? Ustedes en efecto tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto.” (Mat. 5:43-48) Obviamente, el hacer esto requiere en gran manera un modo de pensar maduro y mucho gobierno de uno mismo, además de tener gran paciencia, pero se puede lograr con la ayuda del espíritu de Dios; en realidad, como lo expresó el apóstol Pablo en Gálatas, capítulo 5, el gobierno de uno mismo y la gran paciencia son frutos del espíritu de Dios.
6 Cristo Jesús tuvo la capacidad para pensar calmadamente y dominar sus acciones; aun cuando personalmente fue injuriado y perseguido no se desquitó. Cuando iba a ser arrestado injustamente y uno de los que estaban con Jesús le cortó una oreja a un esclavo del sumo sacerdote, “entonces le dijo Jesús: ‘Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada, perecerán por la espada. ¿O crees que no puedo apelar a mi Padre para que me suministre en este momento más de doce legiones de ángeles?’” (Mat. 26:52, 53) Así, aunque tenía la oportunidad de pedir la ayuda de por lo menos 60.000 ángeles, continuó ejerciendo gobierno de sí mismo.
Adquiriendo la misma actitud mental que Jesús tuvo es la única manera en que podemos evitar cometer el pecado serio de desquitarnos. Es una clase de armadura que sirve de protección. Pedro aconsejó: “Por lo tanto, puesto que Cristo sufrió en la carne, ustedes también ármense con la misma disposición mental; porque la persona que ha sufrido en la carne ha desistido de los pecados.”—1 Ped. 4:1.
13 No todos los descendientes de Jacob procedieron de la misma manera cuando se trató del mal. Algunos causaron mal, pero otros sufrieron el mal. Entre los que más sufrieron el mal estuvieron los profetas de Jehová que hablaron en Su nombre. Su sufrimiento provino principalmente de aquellos de su propia nación que habían perdido el espíritu de Jehová y habían cedido a las inclinaciones de la carne. Altamente honrado entre los hombres de la nación fue Saúl, que llegó a ser el primer rey. Tuvo oportunidades de efectuar mucho bien, pero, al contrario, obró tontamente, no guardó los mandamientos de Dios y por eso no disfrutó del favor de Jehová. Su contemporáneo David resultó ser bendecido por Jehová con victoria sobre Goliat. De modo que Saúl le tenía miedo a David, llegó a odiarlo y tramó hacer morir a David. Personalmente, Saúl trató de alancear a David, pero David escapó. Vez tras vez Saúl se esforzó por causarle mal a David. No obstante, David mostró el espíritu de Dios y no permitió que las circunstancias lo provocaran a devolverle el mal a Saúl. David le tuvo lástima a Saúl y se resolvió a dejar en manos de Jehová Dios el resolver las cosas. (1 Sam. 18:15, 25; 19:10, 11; 24:4-15) David solo fue uno de los profetas que sufrieron el mal; hubo muchos otros que también han dejado un buen ejemplo que podemos copiar. Es evidente que los que fueron pacientes con los malhechores fueron los que obtuvieron el favor de Dios. Procedamos de igual manera: “Hermanos, tomen por modelo de sufrir el mal y de ejercer paciencia a los profetas, que hablaron en el nombre de Jehová. ¡Miren! Pronunciamos felices a los que han aguantado. Ustedes han oído del aguante de Job y han visto el resultado que Jehová dio, que Jehová es muy tierno en cariño y misericordioso.”—Sant. 5:10, 11.
*** w00 15/6 págs. 13-17 Honremos a quienes se ha dado autoridad sobre nosotros ***
Respeto a pesar de la imperfección
8 En la Biblia hay muchos ejemplos de siervos de Dios que honraron a quienes se había concedido autoridad aunque estos la utilizaran mal o abusaran de ella. David fue uno de esos buenos ejemplos. El rey Saúl tuvo celos de las hazañas de David, su súbdito, e intentó matarlo (1 Samuel 18:8-12; 19:9-11; 23:26). Este también tuvo oportunidades de matar a Saúl, sin embargo, dijo: “Es inconcebible, de parte mía, desde el punto de vista de Jehová, que yo haga esta cosa a mi señor, el ungido de Jehová” (1 Samuel 24:3-6; 26:7-13). David sabía que Saúl estaba equivocado, pero dejó que fuera Jehová quien lo juzgara (1 Samuel 24:12, 15; 26:22-24). No habló mal de él ni lo trató con falta de respeto.
9 ¿Se sintió David afligido por este maltrato? “Hay [...] tiranos que de veras buscan mi alma”, clamó a Jehová (Salmo 54:3). Luego derramó su corazón ante él: “Líbrame de mis enemigos, oh Dios mío. [...] Los fuertes lanzan un ataque contra mí, no por sublevación de parte mía, ni pecado alguno de parte mía, oh Jehová. Aunque no hay error, corren y se alistan. Despierta, sí, a mi llamar, y ve” (Salmo 59:1-4). ¿Nos hemos sentido alguna vez de la misma manera, cuando una persona que tiene autoridad nos trata mal sin que le hayamos hecho nada? David nunca dejó de respetar a Saúl. Cuando este murió, en vez de alegrarse, compuso el siguiente canto fúnebre: “Saúl y Jonatán, los amables y los agradables durante su vida [...]. Más veloces que las águilas eran ellos, más poderosos que los leones eran. Oh hijas de Israel, lloren por motivo de Saúl” (2 Samuel 1:23, 24). ¡Qué buen ejemplo de verdadero respeto al ungido de Jehová pese al maltrato de que fue objeto!
¿Somos nosotros respetuosos?
11 ¿Mostramos el debido respeto a los que tienen autoridad? A los cristianos se les manda que “den a todos lo que les es debido: al que pide [...] honra, dicha honra”. La sujeción a “las autoridades superiores” no solo implica el pago de nuestros impuestos, sino también honrarlas mediante nuestra conducta y habla (Romanos 13:1-7). Cuando nos enfrentamos a autoridades gubernamentales severas, ¿cómo reaccionamos? En el estado de Chiapas (México) las autoridades de una comunidad se apropiaron de las tierras de 57 familias de testigos de Jehová, por no participar estos en ciertas fiestas religiosas. En las reuniones que se celebraron para dirimir el caso, los Testigos se presentaron limpios y bien arreglados, y siempre hablaron con dignidad y respeto. Un año más tarde, las autoridades dictaron un fallo favorable. La actitud de estos cristianos se ganó el respeto de algunos observadores al grado que también quisieron hacerse testigos de Jehová.
12 ¿Cómo podemos respetar la autoridad que Dios ha conferido en la familia? Después de comentar el ejemplo que dio Jesús de sufrir el mal, el apóstol Pedro dijo: “De igual manera, ustedes, esposas, estén en sujeción a sus propios esposos, a fin de que, si algunos no son obedientes a la palabra, sean ganados sin una palabra por la conducta de sus esposas, por haber sido ellos testigos oculares de su conducta casta junto con profundo respeto” (1 Pedro 3:1, 2; Efesios 5:22-24). En este pasaje Pedro enfatiza la importancia de que la esposa se sujete a su esposo con “profundo respeto”, aunque algunos maridos hagan poco por merecer ese respeto. La actitud respetuosa de la esposa puede ganar el corazón de su esposo incrédulo.
Honremos a los que llevan la delantera
16 Los ancianos de las congregaciones están nombrados por espíritu santo, pero aún son imperfectos y cometen errores (Salmo 130:3; Eclesiastés 7:20; Hechos 20:28; Santiago 3:2). Por tanto, es posible que algunos miembros de la congregación se sientan descontentos con ellos. ¿Cómo deberíamos reaccionar cuando pensamos que algo no se está haciendo bien en la congregación, o al menos eso parece? Observemos el contraste entre los falsos maestros del siglo primero y los ángeles: “Osados, voluntariosos, estos [falsos maestros] no tiemblan ante los gloriosos, sino que hablan injuriosamente, mientras que los ángeles, aunque son mayores en fuerza y poder, no presentan contra ellos acusación en términos injuriosos, lo cual no hacen por respeto a Jehová” (2 Pedro 2:10-13). Mientras que los falsos maestros hablaron injuriosamente de “los gloriosos” —los ancianos a los que se había concedido autoridad en la congregación cristiana del siglo primero—, los ángeles no hablaron en términos injuriosos de los falsos maestros que estaban dividiendo a los hermanos. Siendo estos superiores al hombre y con un mejor sentido de la justicia, eran conscientes de lo que estaba ocurriendo en la congregación. No obstante, “por respeto a Jehová” le dejaron el juicio a Él (Hebreos 2:6, 7; Judas 9).
17 Aunque no se haga algo como es debido, ¿no deberíamos tener fe en Jesucristo, el Cabeza viviente de la congregación cristiana? ¿No está él al tanto de lo que sucede en su congregación mundial? ¿No deberíamos respetar su manera de tratar la situación y reconocer que puede controlarla? Realmente, ‘¿quiénes somos nosotros para juzgar a nuestro prójimo?’ (Santiago 4:12; 1 Corintios 11:3; Colosenses 1:18). ¿Por qué no expresar a Jehová en oración nuestras preocupaciones?
18 Debido a la imperfección humana es posible que surjan dificultades o problemas. Tal vez los ancianos cometan errores que perturben a algunos hermanos. La actuación precipitada ante tales circunstancias no cambiará la situación. Solo puede agravar el problema. Los que tienen discernimiento espiritual esperan que Jehová enderece los asuntos y administre la disciplina necesaria a su propio modo y a su debido tiempo (2 Timoteo 3:16; Hebreos 12:7-11).
19 ¿Qué hacer si nos angustia algún asunto? En vez de hablar con otros miembros de la congregación, ¿por qué no pedir ayuda respetuosamente a los ancianos? Sin criticar a nadie, explíqueles cómo se ha visto afectado. Confíese a ellos de manera respetuosa y ‘comparta sus sentimientos como compañeros’ (1 Pedro 3:8). No recurra al sarcasmo, sino confíe en su madurez cristiana. Valore el estímulo bíblico que puedan ofrecerle. Y si parece que se necesitan otras medidas correctivas, confíe en que Jehová guiará a los ancianos a hacer lo que es debido (Gálatas 6:10; 2 Tesalonicenses 3:13).

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